lunes, 7 de junio de 2010
cierres
Hace unos días me toco consolar a una victima de uno de los accidentes del destino más frecuentes y a mi manera de ver más dolorosos que existen, los finales que no hacen justicia a las historias que cierran. Este caso en particular pertenecía al grupo más común y numeroso, una relación donde hubo amor e intimidad, que termina sin un adiós que valga la pena. Mientras me empapaba en lagrimas ajenas, me acordaba de los momentos en los que he estado en una situación parecida: un beso dado a medias al final de un verano de descubrimientos, el día que deje de contestar las llamadas de alguien que se merecía una explicación, un abrazo rápido y apretado buscando hacer entender todo lo que no me atreví a decir y un par de mañanas confusas... Mientras más pensaba en esto, más caía en la cuenta de que probablemente esta es la naturaleza del los cierres, que de “cerrados” no tienen nada.
A veces parece que los finales son tan solo un frenon en seco, que por más que hayamos podido predecir y por mucho que intentemos prevenir, nos dejan colgados y confundidos, preguntándonos como fue que llegamos hasta aquí.
Sería increíble si fuéramos capaces de ver más allá de los finales dolorosos, de acordarnos de lo bueno y no restarle valor a las historias que nos niegan un adiós digno de lo vivido. La realidad es que terminar de golpe deja un mal sabor de boca, un gusto a lagrimas y a rencor.
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